Ayer, media hora antes de la entrevista que debía salvar mi verano, me llamó Andrea, mi imprescindible, y tras preguntarme de corazón -enorme- cómo de nerviosa estaba, me contó con voz entrecortada, algo que nosotros, con menos de un cuarto de siglo, como ella ha escrito, nunca estamos preparados para oír. Una de las sonrisas más sinceras que habían construido sus últimos años se había ido. Para siempre. Y no supe que decirle; creo que por primera vez desde que la conozco.
Mi media hora de nervios la pasé con los pelos de punta, mirando a la taza de café que me acababa de tomar, intentando adivinar en el logotipo del local, algún tipo de sentimiento claro; intentando dejar la mente en blanco, o recordar el nombre de la camarera que me acababa de traer la cuenta y que me estaba fulminando con la mirada por sacarle, sin pensar, el billete de 50 que mi madre me había dado por la mañana; porque no atiné a buscar nada en mi cartera.
Me sacó de mi aturdimiento el ruido de las monedas al caer sobre el plato, y decidí ir al baño, mojarme la cara, y perderme un rato en la Fnac de Plaza Catalunya; intentando pensar qué libro leer este mes.
Y para qué mentir, aunque debería estar acostumbrada, nunca antes esa amable patadita me sentó tan mal. Tal vez sea que ya he recibido demasiadas, tal vez sea que pese a mi optimismo habitual crea sinceramente que esta situación va a ser una constante en mi vida a corto plazo, tal vez porque después de 6 años de estudios superiores -o eso me vendieron-, quiero mantener la esperanza de merecer algo mejor... o simplemente porque no lograba recordar la sonrisa de Albert. No lo sé, como no sé nada últimamente.
Hoy, también, me llamó Jordi, mi persona favorita y novio (sí, he decidido que ya está bien de decirlo bajito, por si a alguien le ofende), y intentó buscar la lógica que debía consolarme, me dijo lo que se supone que quería oír y yo, que así soy, lo chuté cabreada con el mundo, cómo se supone que no deberíamos hacer nunca con los que queremos (que irremediablemente son los que siempre reciben), y yo a él, lo quiero mucho.
Pero sin hacer ni caso de mi orden de no aparecer por casa, se ha plantado 10 minutos después, con los brazos abiertos debajo del umbral de la puerta, y con el plan de pasar el día entero (las horas que no tiene) conmigo.
Daba, siesta, Prision Break y sol -que sabe que me cambia el humor-. Y me lo ha cambiado. Y yo que me iba a pasar el día entero, un gran día, metida en casa, revólcandome en mis miserias, me he pasado el día comiendo, besando y riendo.
Una caña por la tarde con Andrea, que ha huido de huir, con Lucho que ha dejado de escapar de sí mismo, con Nacho, que siempre está ahí, ...
Y, en fin, me he pasado el día... viviendo.
Y allí sentada, me he dado cuenta, aunque suene a idiota profunda, que estoy viva. Así, viva. Y que los que quiero también lo están. Que tengo suerte (qué topicazo!!!) de estar, aquí-ahora, que tengo suerte de estar viva Hoy. De no haber estado concentrada en el psicotécnico de las narices, de no ser seleccionada (a pesar de dar el perfil y de tener a todo el personal de recursos humanos del Banco Santander agradecido por haber participado en el proceso de selección de la vacante para el mes de agosto), de decidir no sentirme nunca más culpable de sonreír, ...
Suerte de haber sido feliz Hoy.
2 comments:
Muyyyyy bonito,con sentimiento de la vida y de los que se van
Precioso guapa. Me ha encantao. Mantente viva, y sonrie :)
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