Y entonces, un día gris, como todos últimamente, ella me recordó que yo antes también escribía, y leyéndola recordé porqué la llamaba y se llamaba
laniñabrújula. Y qué pasó cuando dejé de mirarla, quizá porque ella también olvidó por un instante señalar su propio norte.
Y tal vez aunque probablemente nunca pueda llegar a nadie de la misma forma que ella, o al menos de la forma en la que ella siempre me llega a mí, y aunque es más que probable que nunca jamás llegue a leerlo nadie; recordé que necesito leer lo que siento para entederlo. Recordé que escribía para mí.
Y porque durante mucho tiempo he creído que no lo necesitaba. Porque llegué de mi cálido norte creyéndome fría y fuerte. Y no me dí cuenta hasta que me tuve que reencontrar con mi Yo, a solas, de que esa sensación no era más que la insensibilidad que se queda en el corazón cuando se despierta de un sueño perfecto. Un estado de letargio del que te niegas a despertar porque de repente es más cómodo que la realidad.
Y me doy cuenta que habiendo vivido así, con los párpados
entrecerrados, durante tanto tiempo solo ha hecho que ahora, cuando por fin he tenido que mirar y ver a la vez, me dé cuenta de lo perdida que he estado. Y de lo lejos que me he ido.
Y aunque se que jamás regresaré al punto de partida, a ese al que tal vez no quiero regresar, no encuentro el camino de vuelta a mí. A lo que yo creía que era. A lo que era mi vida, o yo me había creado, y donde me sentía tan segura. La verdad es que ya no soy capaz de recordar cómo era sentirse segura.
Cómo era saber qué sentir, qué pensar, y preveer la propias reacciones ante todo.
Y me doy cuenta que me ahogo, que me falta el aliento, que no sé como alcanzar lo que quiero. Y tengo la sensación de no poder respirar.
Y ya estoy cansada. Mucho.
Pero sí se a dónde quiero llegar, y es que sé donde me perdí, quizá antes de lo que yo misma pensaba, y quizá en parte por mi culpa, por no saber querer (porque nadie me había enseñado).
Y entonces me doy cuenta que pienso en él cada vez que me levanto y cada vez que me acuesto, y que es irracional, y más que absurdo. Pero mas idiota es intentar negar la evidencia.
Y que SÍ, que tal vez sea que tengo mucho tiempo libre, demasiado poco en lo que pensar, o la desgana de una etapa que está por acabar pero que no acaba.
Pero aún sabiendo el talvez el quizá, no puedo volver a respirar. El aire no regresa.
Y pienso en lo que vendrá y por primera vez no me asusta no saber, y no me asusta tener que acabar, ni empezar, ni reír, ni llorar, ni sudar, ni quedarme ni irme, ni dejarme el corazón en todo... Pero me encojo cada vez que pienso que no voy a volver a ver ni a besar. Como si me hubiera quedado ciega, como si me hubieran cosido la boca. Porque para mí Él es ver, besar, y él es querer. Aunque ahora sólo sea un recuerdo, aunque sólo lo vea pequeñito, todavía puedo recordar su olor y lo calentito de su piel cuando me metía en su cama en las noches frías.
Porque ahora me da miedo morirme congelada.
Y de repente quiero gritárselo a la cara, o dejarlo por escrito. Llorar y sufrir, y volver quizá así a coger aire, como hacemos al nacer, y que lo sepa. Y volver a la vida, y que el aire entre tan fuerte que me caiga del mareo. Como hizo
laniñabrújula, con un par no? como tal vez debería hacer yo. Jugarlo todo a una carta. Porque en realidad, ¿qué más da?
Pero es que no puedo comprobar si así desparece.