La vida sigue su camino, aunque a veces no nos guste que la naturaleza se manifieste con los que tenemos cerca, con aquellos que alguna vez creímos inmortales. Y sin embargo no podemos evitar sonreír de manera innata cuando escuchamos reír juntas a dos vidas separadas por 80 años, sin dejar de pensar que todo tiene que ser como es. Aunque duela aceptar.
Y me sorprende la serenidad con la que fluye todo, con la que aceptamos, a veces, lo que es inevitable.
Como al final aprendemos, sin darnos cuenta, sin darme cuenta, a querer más, cuando un día creímos que era imposible. A ser generosos sin pensarlo, sin el egoísmo de las vueltas.
Seguir queriendo dándonos el todo por el todo, de igual a igual, mirando hacia delante sabiéndonos grandes y eternos, al menos por unos momentos. Tal vez revueltos entre edredones, piel con piel, prometiéndonos, susurrando -por si el tiempo también se atreve a hacer volar las palabras-, que nos queremos más que nunca, pero menos que cuando llegue la noche; o puede que sea sólo mirando esos pares de ojos mirarse cómplices, sabiéndose lejos y a la vez inevitablemente conectados por un cúmulo de casualidades que les harán compartir para siempre un cariño atemporal e irracional mucho más fuerte que el vínculo de la sangre; porque unos se irán algún día y otros llegan, y llegarán, y mientras TÚ i yo viviremos nuestra propia historia; que sea como sea, será también ETERNA.